Mientras en la mayor parte de Europa triunfaba el absolutismo, en
Inglaterra y en los Países bajos se desarrolló un sistema político en el
que la monarquía cedía parte de su poder al parlmento. Se iniciaba así
una nueva forma de gobierno: el parlamnetarismo.
En Inglaterra, tras el fracasado intento de los reyes de la dinastía
Estuardo (Carlos I y Jacobo II) de implantar el absolutismo y eliminar
el control del parlamento, se nombró rey al horlandés Guillermo de
Orange.
El nuevo monarca aceptó la Declaración de derechos, promulgaba por el
parlamento inglés en 1689, que contenía los derechos de los ciudadanos y
fijaba que el monarca no podía decretar leyes ni impuestos sin la
aprobación del Parlamento.
Tras la independencia del imperio español, los Países bajos se
organizaron en una República que comprendía siete provincias. Cada una
de ellas contaba con su propio parlamento y se reunía en los Estados
Generales para adoptar decisiones comunes.
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